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Didier Belondrade ha conseguido distanciarse de la estandarización creciente de los vinos de Rueda. Una visión diferente de lo que debería ser un blanco es, seguramente, un buen inicio para llegar a elaborar este tipo de vinos. Su fase olfativa es excelente. Sumergidos en una complejidad seductora, se perciben agradables aromas a fruta blanca y frutos exóticos. Matices florales aparecen en su justa medida. Todo, integrado dentro de un tostado bien conseguido. En boca la elegancia es el rasgo más distintivo. Fresco y vivo, el vino presenta una untuosidad excepcional.